Mientras las vibraciones de sonido viajan al oído interno (la cóclea) y golpea el tímpano, unos diez mil receptores sensoriales, o células pilosas, se encargan de llevar los impulsos eléctricos del oído al cortex auditivo del cerebro, permitiendo que seamos capaces de oír y reconocer dichos sonidos.
Las delicadas y exclusivas células pilosas pueden dañarse de muchas maneras. Pueden verse afectadas por fiebres altas y altas dosis de medicamentos, como por ejemplo aspirinas y antibióticos, pueden dañarse por fumar, por la exposición a químicos ototóxicos y, por supuesto, por ruido excesivo.
Además, un pequeño porcentaje de personas tienen un riesgo especial, ya que genéticamente están predispuestas para sufrir este daño o padecer una pérdida de audición, debido a mutaciones genéticas o la falta de ciertos genes.
En los últimos años, se han descubierto más de 150 genes que están involucrados en el proceso de oír y la pérdida de audición. Si las células pilosas del oído interno están dañadas, no pueden modular los sonidos, y una vez que se pierden células pilosas específicas, no se pueden volver a regenerar.
Según investigadores del Harvard and Massachusetts Eye and Ear Institute, las células pilosas parecen ser particularmente sensibles a ruidos persistentes. Sin embargo, la pérdida de audición puede producirse por exponerse a explosiones breves y repentinas de ruido, sonidos muy intensos como disparos o fuegos artificiales, o puede ser el resultado de un efecto acumulativo a lo largo de los años. Incluso los ruidos moderados pero constantes, pueden producir fatiga al oído interno.
Fuente: hear-it.org