El ruido como un problema ambiental

Por lo general la gente no piensa en el ruido como un problema ambiental, ni mucho menos como un problema evitable o por lo menos mitigable.

Es como si cada cual asumiera que es un costo inherente a las comodidades de la sociedad moderna, y no algo que muchos padecemos pero a la vez todos generamos. Sin embargo, cuando el generador de ruido no asume que puede perjudicar a otros, cuando descarta un residuo energético que es una forma de pensar el problema de la gestión de la contaminación sonora, alguien está pagando por ese costo no asumido, y por lo general lo está pagando con el deterioro de su salud.


Ha costado mucho salir de la idea de que el ruido es un problema de la sociedad moderna, y que se convierte en tal cuando el generador tiene “la mala suerte” de tener por vecino a un “inadaptado”, un “intolerante” o un “insociable”. Los problemas centrales de ruido en las sociedades del siglo XXI son los mismos que describía Séneca en el siglo I: el ruido del tránsito, el ruido ocupacional y el ruido de ocio.

En una carta a Lucilio, Séneca escribió: “Entre los ruidos que hay a mi alrededor sin distraerme, están los carros de la calle, el aserrador vecino, y aquel que cerca de la fuente de Meta Sudans afina sus flautas y trompetas y, más que cantar, berrea”.
Quizá hoy podríamos pensar algo parecido pero en términos de motos y autos, de talleres industriales y fábricas, o de “aquel que al lado de mi casa escucha su musiqueta a todo volumen hasta que se va a bailar a los boliches de moda”.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) define desde hace décadas “salud” como “un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no sólo la ausencia de enfermedad o dolencia”, pero recién en 2004 asume que la molestia que ocasiona el ruido es, en sí misma, un efecto adverso para quienes lo padecen.

A partir de esa gran constatación, la calidad acústica ambiental se integra a los llamados “condicionantes ambientales de la salud”, lo que lleva a que en 2011 sea la misma OMS la que publique un estudio documentado con una metodología previamente desarrollada, discutida y evaluada, que indica:


“Realizados los cálculos, se estima que los ‘años de vida ajustados por discapacidad’ perdidos en los estados miembros de la Unión Europea y otros países de Europa Occidental debido al ruido ambiental son 61.000 años de vida por cardiopatía isquémica, 45.000 años por deterioro cognitivo en niños, 903.000 años por trastornos del sueño, 22.000 años por tinnitus (zumbidos o acúfenos) y 587.000 años por molestia.

Esto conlleva a que por lo menos un millón de años de vida sana se pierdan cada año por el ruido de tránsito en la parte occidental de Europa”. No es poco.

El ruido sigue estando en la lista de los contaminantes a los que se suele prestar atención cuando estallan problemas que toman estado público; sin embargo, la prevención y la concientización no son moneda corriente. Al ruido se alude con metáforas visuales (“voy a ver a los Rolling Stones”, “¿viste qué trueno?”) y quizá eso está relacionado, justamente, con que es un contaminante que no se ve y no deja rastros en el ambiente una vez que cesa.

Pero a diferencia de lo que tantas veces se dice, empleando las palabras de Antoine de Saint-Exupéry, “lo esencial es invisible a los ojos”, parece que primara el criterio de “si no lo veo, no lo creo”.

Fuente: www.ladiaria.com.uy, imagen de www.fotolia.com