Lo que para nosotros son sonidos de fondo, casi la banda sonora de la vida, como el ruido al masticar, el chasquido de unos labios, el tintineo de los cubiertos o el clic de de la punta de un lápiz al romperse, para otros resultan sonidos extremadamente desagradables.
Algunos de los sonidos que provocan este malestar tienen una intensidad relativamente baja, del orden de 40 a 50 decibelios, es decir, por debajo de una conversación normal. Sonidos que son capaces de desencadenar estrés, ira, irritación y, en casos estremos, rabia violenta. Estas personas odian irracionalmente determinados ruidos. Sufren lo que se denomina misofonia.
Este repelús por los sonidos de las comidas, por ejemplo, se amplifica si las personas que los producen tienen lazos sentimentales con el interfecto, esto es, pertenecen a la misma familia o son amigos íntimos. Por ello, Meredith Rosol, maestra de escuela primaria de Baltimore que fue diagnosticada con misofonia, afirma que ya no come con sus padres, a no ser que se ponga un tapón en los oídos.
Orígenes inciertos
El término 'misofonia' fue acuñado en el año 2000 por los neurocientíficos estadounidenses Pawel y Margaret Jastreboff y se define como el decremento de tolerancia a determinados sonidos.
Se cree que es un trastorno neurológico, probablemente localizado en las altas estructuras del sistema nervioso central, caracterizado por experiencias negativas que son solo resultado de sonidos específicos. Desde el punto de vista de quien padece misofonia, el cuerpo humano más bien parece una orquesta desafinada.
Con todo, de dónde surge esta reacción tan visceral todavía es una incógnita. Podría tener algo que ver con el daño en la corteza prefrontal medial, similar a lo que se produce con otra condición llamada tinnitus. El tinnitus es un timbre fantasma u otro ruido en el oído, una percepción comúnmente causada por las células ciliadas dañadas en la cóclea, y del que hablamos por aquí hace un tiempo.
La misofonia, por ser tan reciente, todavía no está identificada en el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales, pero en 2013, un grupo de psiquiatras holandeses expuso los criterios de diagnóstico de la condición e instó a que se pudiera clasificar como un trastorno psiquiátrico.
Midiendo la ansiedad
Miren Edelstein, un estudiante de doctorado en la Universidad de California en San Diego, ha realizado una investigación sobre esta enfermedad conectando electrodos a personas que se autodefinen como misofónicas a fin de comprobar que su aversión a ciertos sonidos era real.
Los misofónicos escucharon una serie de sonidos y calificaron su nivel de incomodidad para cada uno de ellos. Otro grupo de voluntarios sin misofonia sirvió como grupo de control. Los electrodos medían la conductividad eléctrica de la piel, una medida ampliamente aceptada de la activación fisiológica. Las glándulas sudoríparas en las manos son especialmente sensibles a los estímulos emocionales, y la piel se convierte en un mejor conductor ante la presencia de mayor cantidad de sudor.
Resultó que los misofónicos, frente a sonidos como la masticación de un chicle o goma de mascar, presentaron mayores niveles de sudoración en las manos. Pero cuando oyeron sonidos más relajantes, como la lluvia, que no sufrieron esa soduración.
Todavía no existe cura para esta patología, salvo terapia cognitivo-conductual o el uso de dispositivos que produzcan ruido blanco (zumbidos, como el de un ventilador en marcha, que ahogan los ruidos molestos). Algunos pacientes, incluso, tienen que poner el ruido blanco a un volumen tan alto que ya apenas dejan de oír cualquier otro sonido más.
Fuente: www.xatakaciencia.com, Vía The Washington Post